Christian Gilaberte Sánchez
Miembro del equipo de IVATENA
El sol alcanzó el cénit en el ecuador terrestre, paseó cual funámbulo sobre nuestras cabezas y atravesó grácil y seguro el firmamento dando paso, un año más, a la siempre bienvenida estación otoñal.
Así, cruzamos sin remedio las puertas del equinoccio para adentrarnos en una época del año mágica, nutricia y hermosa. En ella nuestras almas se embriagan de colores que parecen despedirse, de vientos que peinan las florestas y de fecundos frutos de la tierra. De hecho, transitar el otoño de la mano de entornos campestres o ajardinados es sentir en la propia piel la presencia constante de la cornucopia o cuerno de la abundancia. Símbolo que, por cierto, fue el primer emblema de la ciudad de Valencia en época romana, pudiendo encontrarlo en lugares tan céntricos y transitados como la Plaza de la Virgen.
Tan solo es necesario visitar un jardín, caminar hasta el campo o adentrarnos en el monte para descubrir, casi sin prestar atención, la enorme cantidad de frutos disponibles a nuestro alrededor. Pomos, drupas, bayas, bellotas, sámaras, legumbres, aquenios, nueces, cápsulas y demás creaciones naturales, cada cual más variopinta si cabe, ofrecen al paisaje belleza e interés y a su ecosistema una nueva oportunidad de generar vida y un entorno todavía más favorable para la misma.
No obstante, es preciso apuntar que, por muy llamativos y atractivos que puedan resultar en un primer momento los frutos silvestres, no todos son adecuados para el consumo humano, pudiendo correr un grave riesgo si nos aventuramos a ingerir aquellos de los que desconocemos su naturaleza. Hecho por el cual se torna de importancia capital la correcta identificación botánica de aquellas plantas que despiertan nuestro interés, así como el estudio de sus principales propiedades medicinales y/o toxicidad.
Por tanto, podemos realizar una distinción de tres grandes grupos de frutos silvestres: comestibles, no comestibles y venenosos. Todos ellos se encuentran presentes en el amplio mosaico otoñal, es decir, es fácil acceder a ellos, de modo que podemos gozar de sus sabores y beneficiarnos de sus magníficas virtudes saludables o bien cometer una imprudencia y comprometer seriamente nuestra salud y nuestra vida. Hecho por el cual es imprescindible cumplir la máxima de no ingerir ningún vegetal que no hayamos identificado correctamente.
Dicho esto, conozcamos el primer grupo de frutos silvestres, aquellos que inundan nuestro paladar con sus aromas y sabores, aportándonos energía e innumerables beneficios y que, además, son totalmente seguros para el consumo humano salvo si el consumidor padece alergias o algunas patologías específicas. Aquí llegan los frutos silvestres comestibles.
Un ejemplo de exquisitez y abundancia es el fruto que produce el mirto (Myrtus communis). Pequeñas bayas oscuras llamadas murtones, abundantes en sus ramas, muy aromáticas y ricas en ácido cítrico, málico y taninos, entre otros compuestos. Podemos consumirlas en crudo, realizar un decocto o macerarlas en vino durante diez días, beneficiándonos de sus propiedades astringentes, antisépticas y anticatarrales. Los frutos del mirto pueden convertirse así en un espléndido aliado para prevenir y abordar procesos catarrales propios de la época otoñal.
Si deseamos probar un auténtico manjar, demos la bienvenida al madroño (Arbutus unedo). Sus carnosos frutos se encuentran agrupados en ramilletes, visten un espectacular color rojo anaranjado y son de forma esférica, de tamaño parecido al de una fresa. Además de una auténtica delicia, estos frutos se componen por glucósicos, pectina, taninos y vitamina P, dando como resultado una actividad cardioprotectora, antiséptica, astringente y diurética. Es recomendable consumirlos para prevenir procesos gripales, combatir infecciones de orina y detener la diarrea. No obstante, no nos atiborremos de madroños, pues su nombre latino ya nos avisa: unedo = unus edo = uno solo. Este consejo nos recomienda consumir "tan solo un fruto", pues hace referencia a su capacidad de fermentación en el propio árbol, pudiendo llegar a contener hasta un 0,5% de alcohol.
Y como no podía ser de otro modo, le llegó el turno a la famosa zarzamora (Rubus ulmifolius). Muy común y extendida por toda la península, casi todas las personas hemos probado el delicioso sabor de las moras recién recolectadas o a través de una dulce mermelada. Sus frutos se componen de agrupaciones de minúsculas drupas que forman en sí las moras, dispuestas abundantemente entre los espinosos tallos que las custodian. Estas pequeñas joyas comestibles son especialmente ricas en vitamina C, pigmentos naturales, carotenoides, resveratrol, aceites y minerales. Así, su consumo en esta época del año estimulará nuestro sistema inmune y nos prevendrá de contraer resfriados y experimentar una fuerte astenia otoñal. Además, su efecto antioxidante reduce el daño causado por los radicales libres, reduciendo así el envejecimiento celular... ¡entre otras muchas virtudes!
Podría continuar recomendando frutos exquisitos y saludables que podemos encontrar en nuestras montañas y valles, pero quizás sea más interesante y divertido salir al campo con una buena guía para descubrirlos. Aunque... ¡aquí van algunos más!
El saúco (Sambucus nigra) agrupa sus pequeñas y brillantes drupas en elegantes corimbos colgantes sostenidos por rojizos pedúnculos. Si las consumimos le daremos un buen empujón a nuestro sistema inmune y mejoraremos procesos inflamatorios. Por su lado, el castaño (Castanea sativa) nos proporciona nutritivas castañas, ricas en minerales, vitamina C, hidratos de carbono y fibra, ideales para nutrir nuestro organismo de forma saludable, saciar el hambre y suministrar la energía que requerimos en nuestro día a día. ¡Ah! Y también tenemos a otro visitante otoñal no menos importante: el serbal común (Sorbus doméstica). Sus generosas ramas nos regalan las serbas, frutos que nos ayudarán a tratar inflamaciones de las mucosas si los usamos en decocción en gargarismos y lavados.
Así pues, ahora sí, es hora de calzarse las botas y salir allá fuera, dónde la vida tiene lugar y los regalos crecen entre las frondas de árboles y arbustos, repitiendo el ciclo que año tras año sostiene al mundo y a nosotros con él. ¡Nos vemos en los montes!
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